domingo, 3 de mayo de 2009

Cuentos de Amor: Los Obreros



La nieve quemaba las espaldas de los mineros que caminaban rumbo a su “post- tumba”, los alientos y la desesperanza se mezclaban junto a los copos de nieve que
Descendían del olvidado cielo.
Paso tras paso, las herramientas de trabajo aumentaban su peso cambiando gramos por kilos y el aire forzaba a trabajar aun más a los suplicantes pulmones. Día a día los obreros descendían por la oscura cueva preguntadose cuando esta se abriría al cielo para por fin después de tanto dolor poder descansar. No había amaneceres amarillos ni atardeceres rojos para ellos, solo luz blanca y negra al final del día.

Aún los recuerdo, todavía puedo recordarlos, tengo esa bendita suerte, eso que llaman memoria visual aunque estoy casi seguro que es mi corazón el que me permite recordarlos, a todos y a cada uno por separado. Es el amor a sus ideas lo que hoy me inspira a escribir estas líneas ensangrentadas y empapadas de dolor.
Es difícil determinar el día de los acontecimientos así que solo me limitare a relatar los hechos ya que para nosotros los proletarios, los días son todos iguales.
Cada mañana al sonar la campana del pueblo una hilera de hombres toscos y tristes caminaban rumbo a su fuente de trabajo, tomaban sus herramientas y luego proseguían su caminata rumbo a la condenada mina.
Entre estos hombres, niños y mujeres se encontraba mi único gran amor, su nombre era Olaf y el era mi padre, mi madre, mi hermano, mi amigo, mi única esperanza y razón para no ver al mundo como un gran infierno sin solución. Todas las noches al finalizar el horario laboral, lo esperaba en la puerta de la mina para saludarlo y darle las gracias todo lo que hacia por mi. Su paso lento y cansino al salir de la mina siempre me llamo poderosamente la atención por que mientras el resto corría despavorido para poder llegar lo más pronto a su casa, él jamás apuraba su paso, siempre zancadas largas y con pronunciadas pausas. Su cara apagada, sonreía al verme cambiando drásticamente, era tal el cambio que todos los que allí estaban, solían sorprenderse.
¿Has comido algo?, esa era su pregunta al salir de la mina y ante mi negación, solía tomarme de la mano y llevarme a su casa.
Generalmente compartíamos un poco de pan duro y una sopa de agua caliente con gusto a algún vegetal, al terminar la comida tomaba un libro de su estantería y me enseñaba a leer. ¡Era tan buen maestro!, jamás se enojaba y su paciencia era una total virtud. Todos los días me miraba a los ojos y me decía “sabes Ian, la vida no es tan mala, a lo que me refiero es que, si en verdad hay mucha maldad y muchas cosas feas pero siempre pienso en que si nosotros, los que la pasamos mal nos unimos, nos educamos y luchamos podremos salir adelante y por fin vivir en una primavera eterna.”
Tan dulce sonaba su voz, tan tranquila pero a la vez firme y fuerte. Esto me hacia creerle hasta la devoción.

La campana volvía a sonar y era otro día en la oscura mina, todo indicaba que seria otra jornada laboral, pero los acontecimientos que ocurrieron acabaron con esa idea loca mia.
Tomé mi pico y comencé con mi tarea diaria, luego de un tiempo note que se respiraba un aire extraño en la mina, las voces de protesta y cansancio comenzaron a sonar como música.
Acostumbrado a esta nueva música seguí con mi pico taladrando la pared, para poder sacar esas piedras que tan bien le hacen a la industria y tan mal a mi salud, cuando de pronto, los gritos tomaron el lugar principal. Una mala explosión en el fondo de la mina hizo que esta comenzara a temblar y a derrumbarse. Asustado por la suerte de Olaf corrí contra marea rumbo a su posición pero para mi desgracia no lo encontré allí, solo había cadáveres de extraños. Al ver esto me dirigí rumbo a la salida apresuradamente, la luz del día se hacia mas visible a cada paso recorrido. Allí en la puerta pude ver a varios compañeros, entre ellos a Olaf.
¿Quién diría que esa seria la ultima vez que mi héroe me viera con vida?, nadie seguro pensaría eso pero la realidad es que la muerte quería besarme y yo no pude negarme.
A metros de la puerta mi cuerpo cedió al derrumbe de un grupo de rocas que se desplomaron sobre toda mi integridad física, rompiendo todos mis huesos.
Los gritos de desesperación rompieron toda la escena, eran tantos y tan diversos que formaban una sola masa. Pasaron horas hasta que encontraron mi cuerpo y por desgracia, mi amor era el que lo había encontrado. Al ver mi pútrida imagen, Olaf me tomo entre sus brazos y me apretó junto a su pecho, jamás lo había visto así. Sus lágrimas eran imitaciones del rio Rhin y sus gritos desgarraban el cielo haciendo que dios se escondiera detrás de sus lacayos alados.
Una y otra vez repetía ¡Ian por favor, Ian por favor, respira! A medida que el tiempo transcurría su voz menguaba por el dolor y por las lágrimas que ahogaban sus ojos.
Finalmente se resigno y dejo de hablar, esa fue la última vez que él hablo.

Sin autorización y con total osadía, armó una procesión para poder velar mi cuerpo, en su casa cumplió con los rituales funerarios y adorno mi cuerpo con unas marchitas flores, un traje negro y un montón de cartas que nunca pude leer ni saber de que trataban
Junto a otros hombres que lo ayudaron, cargo con mi cuerpo hasta la colina que se encontraba al lado de la mina, desafiando a la decena de policías armados que se encontraban custodiándola.
El maldito dueño al ver esto, crispo en un ataque de nervios y despotismos siguiendo la procesión con insultos y amenazas de despido. “ustedes son como la mala hierba, crecen en todos lados” repetía una y otra vez.
Ya en la colina, Olaf lloró mi cuerpo mientras me enterraban, su dolor generaba un micro ambiente donde la nieve no se animaba a entrar y el viento como buen cobarde ante la tristeza, optó por un atajo lejos de todo esto.
Tras varios minutos su jefe, lo tomó de la espalda y susurro a su oreja “estas triste por la muerte del infante, pues deja la mina entonces por que no será el primero ni el ultimo”.
Al oír estas palabras Olaf tomó un martillo que estaba ahí y una carta que él me había escrito que estaba colocada en un bolsillo cerca de mi corazón y posteriormente tomó distancia de su jefe y en cuestión de segundos lo agarró del cuello en un rápido movimiento. Lo miró fijo a los ojos y sin hacer caso a las amenazas policiales que instaban a soltar al apresado, hundió su martillo sobre todo el cráneo del demonio, haciendo salpicar la sangre para todos lados.
Mirando al cielo dejo caer el cuerpo muerto y el martillo pero no la carta. La policía al ver esto abrió fuego inmediatamente, destrozando el cuerpo de mi padre en una cuestión de segundos. Todos los obreros allí presentes observaron atónitos este salvajismo y tomaron cartas en el asunto, en misión kamikaze corrieron hacia los policías con una furia que el mismo lucifer nunca podría imitar.
Desgraciadamente todo fue en vano porque a pesar de que llegaron hasta la ubicación de los cerdos , estos dispararon, aniquilándolos a cada uno y a sus sueños.
El cabello de Olaf, seguía al viento y en su mano la carta se abrió, brindándose al mundo
“Ian, mi hermano, por mis errores hoy has pagado, si me hubiera rebelado a tiempo, otra seria tu suerte hoy, todo es mi culpa. Perdóname.
Ya no como y tampoco hablo, nada tiene valor ni sentido para mi, no puedo protegerte ni ayudarte, así que mi ilusión de que puedas leerlo en algún lugar del universo, me lleva a escribirte estas líneas
"Por favor cuando algún humano intente acabar con tus sueños toma sus miedos y ponlos en su contra, enseñándole que ningún humano ha nacido para obedecer ni mandar, sino para ayudarnos el uno al otro en los problemas diarios. Nunca dejes que te pongan una capa sobre tus alas, vuela lo mas alto que puedas, vuela hasta que el sol se asuste y se aparte de tus pasos mostrándote que tan grande es el universo”.


federico (03/05/09)

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