En el acto de amor, hay tres momentos, por siglos el beso se
ha creído como el centro, la conclusión, el momento cumbre, y lo es, pero el
beso siempre tuvo otras cosas que lo hicieron brillar y sobrevivir y nunca
nadie les presto atención: el abrazo, de carácter contenedor, simboliza la protección mutua, no existe el abrazo unipersonal. El que
abraza protege y la otra persona sabe que el que abraza queda desprotegido, por
ende, abraza también y protege. Así, el beso encuentra su contención y dirección.
Alguien me hizo pensar que el amor es como un baile de
tango, si el abrazo falla todo es vano, se pueden dar mil vueltas y maniobras,
pero sin contención el baile se fractura y se diluye. El beso sin contención,
es pico y el pico es solo un choque de labios.
Cuando el silencio reina, la caricia habla, esta es la
ultima escudera del beso, las manos, el cuerpo todo trasmite lo que pueden
hacer los labios, estas descienden del viento, antes que los brazos protectores
de una madre, nos acaricia el viento, son esos mili segundos los que nos dan la
pauta para el resto de la vida. Aprendemos a acariciar porque el viento mismo
nos lo muestra al nacer, lo sentimos y luego lo trasmitimos, la caricia es la materialización
de la palabra compresión.
Jamás quitare al beso de su legitimo reino, pero no existe
el beso como tal, sin el abrazo y la caricia, ambos completan el acto supremo
del ser humano. Amar.
Federico Rollini 25/01/2013